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Rejas de Esperanza

Fiesta de la Merced 2011

Semana dedicada a dar a conocer las diferentes ONG´s

Hace unos meses se celebró en el Centro Penitenciario de Sangonera una semana dedicada a dar a conocer las diferentes ONG´s y las actividades que cada uno de ellas realiza.

Una de las presentaciones fue llevada a cabo por los internos, exponiendo el trabajo que realizan con las ONG´s.

Queremos compartir con vosotros el testimonio dado por dos internos del módulo 1, que recoge el sentir de todos los que trabajan con nosotros en los talleres:

“Esta mañana hemos recibido una gran responsabilidad. Una misión difícil.

Cuando alguien te pide que hables sobre un buen amigo, en un evento o fiesta, uno se debate entre las inmensas ganas de “echarle flores” o el intentar “no pasarse”…

Pero en el caso de Capellanía Católica y su equipo de voluntarios es muy fácil. Simplemente son personas extraordinarias…

Hablo en nombre de los cientos o quizás miles de personas que han asistido a sus talleres y cursos organizados en este Centro Penitenciario en los últimos meses y años. Hablo por todos los que estamos aquí, pero también por aquellos que ya no están…

Cuando uno entra en prisión, su vida se “desmonta”. Es un autentico choque que provoca un fuerte trauma personal y familiar. Por diversos motivos… te ves en un patio dando vueltas…No puedes ver a tu familia,…, los amigos de la calle “desaparecen”. Comienzan a mirar para otro lado o en el mejor de los casos se “olvidan”…

Cuanto más tiempo pasa, más olvido… La tristeza te llena el cuerpo al sentir la impotencia del olvido…

Y un día oyes por megafonía: “¡¡¡Capellanía Católica!!!!”. Al principio, encerrado en tu tristeza, no haces caso… a la semana siguiente otra vez “¡¡Capellanía Católica!!!”. Y al siguiente, y al otro, y al otro, y al otro… y al mes siguiente, y pasa el año y allí siguen esas personas a quienes no se muy bien como llamar. Es difícil ponerles un nombre porque lo que ellos hacen es algo realmente sorprendente: dedicar su tiempo a compartirlo con personas que están “condenadas” a ser olvidadas. A gentes a quienes ya “casi nadie” presta atención. Pero ellos, el voluntariado, llueva o truene, haga frío o calor, da igual, allí están siempre regalándonos una sonrisa, toda su atención y todo su cariño.

En el módulo donde nosotros vivimos, han desarrollado diversos talleres y actividades: taller de pintura de camisetas, habilidades sociales, de diálogo, de familia, de teatro,… Sería muy difícil resaltar una u otra. Todas y cada una de ellas tienen sus “incondicionales seguidores”. Todas tienen sin duda el objetivo de ocuparnos y mantener nuestras mentes vivas…

Pero como además no les basta con todo esto, el equipo de voluntariado se ocupa de comunicar con las familias de aquellos compañeros que por muy diversos motivos no pueden hacerlo….

A nosotros, hoy, nos gustaría resaltar otras cosas menos “tangibles”…

Da igual cual sea la actividad o el voluntario que viene a impartir el taller… en todos los casos la “venida” de estas Personas (Personas con mayúsculas) trae junto a sus utensilios de trabajo un montón de regalos para nosotros: Alegría, Cariño, Atención y sobre todo algo fundamental para los que, como nosotros, nos encontramos presos: ESPERANZA…

… Y este, es sin duda el más maravilloso tesoro que el voluntario de Capellanía Católica trae a esta “casa”. Semana tras semana traen todo esto y como ya dije anteriormente su tarjeta de presentación: una sonrisa.

En tiempos como estos en los que todo tiene un valor, en los que todo tiene un precio, un costo… es absolutamente sorprendente que aún haya personas que entregan parte de su vida (su tiempo, sus esfuerzos, su atención, su cariño…) a cambio de ABSOLUTAMENTE NADA.

Desde aquí, desde los que vivimos en el interior de estos muros, queremos dar las gracias a todos los voluntarios. A todos sin excepción. Porque jamás podremos devolverles todo el cariño, la atención y el soplo de ESPERANZA que nos regalan semana tras semana desde hace ya muchos años…

De corazón gracias, muchas GRACIAS.” 

“Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36)

“Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36)

Carta de los Obispos de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora sobre la atención pastoral en el Centro Penitenciario de Topas

Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de la Merced tuvimos la dicha de celebrar la Santa Misa en la prisión de Topas con distintos grupos de personas internas en ese Centro. Desde la llegada al centro penitenciario hasta la salida del mismo pudimos gozar de la acogida cordial y del afecto sincero, tanto de los funcionarios del centro penitenciario como de quienes allí viven privados de libertad.

Pero, sobre todo, experimentamos la universalidad de la Iglesia y la presencia de Jesucristo Resucitado en medio de aquella asamblea de hermanos, pues el mismo Señor y la misma fe nos congregaban a hombres y mujeres de distintas nacionalidades en la alabanza, la acción de gracias y la súplica confiada al Padre común.

Al salir de la prisión, después de dar gracias a Dios por los dones de la fe y de la esperanza, experimentamos un profundo desgarro en nuestro corazón al pensar en los miles de personas que, en la prisión de Topas o en otros centros penitenciarios, viven aislados del mundo, privados de libertad y olvidados por casi todos. En la actualidad la población reclusa, según los últimos informes, asciende a 76.090 y somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de reclusos: 157 por cada 100.000 habitantes. Cada año se produce un aumento del número de internos, que a veces supera la capacidad normal de los Centros penitenciarios, empeora las condiciones de vida de los internos y dificulta la tarea de los funcionarios.

El recluso y su situación vital

En los medios de comunicación hallamos a diario información sobre delitos frecuentes en nuestra sociedad, tales como el tráfico de drogas, el robo y el hurto. Durante estos últimos años ha crecido también el número de delitos relacionados con las infracciones de tráfico y con la violencia doméstica, especialmente contra las mujeres.

Ante la constatación de estos hechos delictivos, todos tenemos muy claro que la sociedad tiene derecho a protegerse contra quienes atentan contra la seguridad de sus miembros o contra sus legítimos bienes. Por ello pide la intervención de las Fuerzas de Orden Público y, en determinados casos, exige un endurecimiento de las penas privativas de libertad para los delincuentes. Con frecuencia suele decirse que éstos se han buscado el ingreso en la prisión con su conducta y, consecuentemente, debe caer sobre ellos todo el peso de la ley, hasta que cumplan las penas estipuladas en el ordenamiento jurídico por sus actuaciones equivocadas y delictivas. Ciertamente, el ser humano es responsable de sus actos y, por tanto, debería actuar en todo momento teniendo en cuenta la repercusión de los mismos en sus semejantes o en la convivencia social.

Ahora bien, sin quitar un ápice a lo dicho, cuando analizamos la realidad familiar y social de quienes delinquen y son privados de libertad por sus comportamientos delictivos, descubrimos un conjunto de situaciones que influyen decisivamente en el desarrollo de su personalidad y en su actuación a lo largo de los años. Muchos reclusos, sin culpa alguna por su parte, han nacido en el seno de familias desestructuradas, han crecido en un ambiente social enfermo, han tenido que hacer frente a graves problemas económicos y han vivido con profundas carencias educativas y afectivas.

Estas condiciones negativas de vida impiden en bastantes ocasiones a quienes las padecen conseguir una formación integral o lograr una estabilidad en la vida y, en consecuencia, acceder a un puesto de trabajo. Partiendo de estos antecedentes, la delincuencia suele ser la salida no buscada ni deseada, pero que aparecerá desgraciadamente, mientras no se pongan los medios necesarios y adecuados por parte de las instituciones y de la misma sociedad para erradicar las causas que la producen, tanto de orden espiritual y moral, como de orden social, tales como la pobreza, la marginación, las graves injusticias sociales y las enormes desigualdades económicas que todos percibimos en nuestra sociedad.

Por lo que se refiere a las causas de orden moral, subrayamos la decisiva influencia de la idea de libertad humana tan difundida en nuestra sociedad. Si la libertad se entiende como la simple capacidad de tomar decisiones sin ser coaccionado por nada ni por nadie y sin referencia alguna a la verdad y al bien, no debería extrañarnos el crecimiento de los comportamientos delictivos, especialmente en los jóvenes. Si no existe Dios ni una verdad absoluta, a quienes referir nuestros comportamientos, cada uno puede actuar según sus gustos, caprichos y apetencias, sin tener en cuenta para nada a los demás y sin referencia a los valores éticos, morales y espirituales. De este modo la libertad corre el riesgo de conducir al egoísmo más brutal. Si no se tiene en cuenta la moralidad de los actos humanos, se equipara lo legal y lo ético, y lo legal queda privado de fundamento y de motivación para su cumplimiento, más allá de la mera coacción. Cuando se debilitan o desaparecen las razones morales, queda debilitado el orden legal y favorecido el crecimiento de la delincuencia.

Abrir los ojos a la situación de los encarcelados

Es por desgracia lo más frecuente que la sociedad mire para otro lado cuando se encuentra con la situación de la delincuencia, de las prisiones y de los presos. Toda la responsabilidad en la atención a los reclusos suele recaer en los responsables de las instituciones penitenciarias y en los funcionarios de prisiones. En este sentido hay que alabar los esfuerzos realizados durante los últimos años con el fin de impulsar la programación de actividades educativas y formativas dentro de la prisión como el camino más adecuado para la reinserción de los reclusos. Asimismo es necesario valorar y reconocer los planteamientos alternativos a la prisión, como pueden ser los trabajos en favor de la comunidad y los centros de reinserción social, teniendo en cuenta la levedad de las penas cometidas y el arrepentimiento de los delincuentes.

Ahora bien, es un hecho socialmente reconocible que la reclusión en los centros penitenciarios no está consiguiendo ni la disminución de la delincuencia ni la reinserción social de la mayor parte de las personas que pasan por la cárcel. El ordenamiento penitenciario señala, entre los fines de las instituciones penitenciarias, la reeducación del delincuente mediante una pedagogía personalizada y adecuada a la realidad de cada interno; sin embargo, en la práctica, sólo se consigue el castigo. La solución de este difícil problema no nos corresponde a nosotros y supera nuestra capacidad. Nos atrevemos solamente a indicar que la reeducación y reinserción social requieren una transformación de la mente y del corazón de cada interno en el centro penitenciario, para que llegue a actuar de acuerdo con una escala de valores.

En orden a la reinserción social del delincuente, todos los miembros de la sociedad debemos valorar la importancia del acompañamiento, cercanía y consejo a quienes son acusados de comisión de delitos en los momentos previos a la celebración del juicio y, posteriormente, a los ya condenados a penas de prisión. La experiencia nos dice que, en muchos casos, quienes han delinquido pasan por la más terrible soledad y por el abandono total. Si tenemos en cuenta que el encarcelado debe ser reinsertado nuevamente en la sociedad, ésta debería acompañarlo en todo el proceso con profundo cariño, para acogerlo nuevamente al salir de la prisión y no abandonarlo a su suerte.

Por otra parte, sería muy conveniente que en el seno de la sociedad surgiesen asociaciones o instituciones que acompañasen a quienes han sufrido o sufren en sus carnes los efectos del comportamiento de los delincuentes. Todos conocemos, bien por relación personal o por lo medios de comunicación, los traumas psicológicos y las dificultades de todo tipo, que experimentan muchas personas al tener que soportar la extorsión de drogodependientes, las vejaciones y la violencia de la prostitución o el zarpazo del terrorismo. Estas víctimas inocentes necesitan cercanía, acompañamiento y mucho cariño, no sólo de cada miembro de la sociedad, sino de las instituciones sociales y políticas.

Mirar la realidad de la prisión con los ojos de Dios

A lo largo de su historia, la Iglesia ha buscado siempre las formas más adecuadas para prestar atención religiosa a sus hijos en la cárcel. Y las comunidades cristianas incluyen habitualmente a los encarcelados entre las intenciones de la oración de los fieles en la celebración de la Eucaristía.

A la luz de la Palabra de Dios, y contando siempre con su gracia, el cristiano debe avanzar cada día en su constante conversión al Señor hasta lograr que su modo de pensar, juzgar, vivir y actuar coincida con lo que Dios quiere de él. La contemplación de la realidad con los ojos de Dios y con los sentimientos del corazón de Cristo nos ayuda a descubrir que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, tiene una dignidad y unos derechos que no pueden ser violados por nadie. La dignidad de la persona no queda destruida por los delitos cometidos; por tanto, cada ser humano debe ser valorado, respetado y tratado, no tanto por lo que haya podido hacer en el pasado, sino por la dignidad propia de su ser personal.

El cristiano sabe muy bien que Dios, en la persona de Jesucristo, ha venido al mundo para salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 10). En cumplimiento de los anuncios y profecías del Antiguo Testamento, Jesús comienza su vida pública afirmando con profunda convicción en la sinagoga de Nazaret que su misión consiste en evangelizar a los pobres, en proclamar la liberación a los cautivos, en dar la libertad a los oprimidos y en proclamar un año de gracia del Señor (Lc. 4, 18-19). Para llevar a cabo el encargo recibido del Padre, Jesús, en contra del criterio de los fariseos, come con los publicanos y pecadores para mostrarles la misericordia entrañable del Padre (Mt 9, 11) y para invitarles a la conversión de sus pecados. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. En la última cena, adoptando la actitud propia de los esclavos, Jesús lava los pies a sus discípulos y les deja el mandamiento nuevo del amor, invitándoles a hacer con los demás lo que Él mismo, que es su Señor y Maestro, ha hecho con ellos. Además, les hace ver que cuanto hagan con los demás, lo hacen con Él.

Esta enseñanza adquiere la máxima concreción y urgencia cuando Jesús nos ofrece los criterios con los que serán juzgados en el último día los comportamientos de los hombres. Aquel día, el Señor, identificándose con los más pobres y humildes, dará a cada uno según la actitud de amor o desamor para con ellos: "Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme... Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis... Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." (Mt. 25, 34-36. 41-45).

En fidelidad a su misión, la Iglesia propone a los encarcelados el ideal de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida; ora constantemente por su conversión y reinserción, reconoce en ellos la dignidad y los valores que existen en cada ser humano, perdona sus comportamientos errados, confía en sus propósitos de recuperación y acoge a cada uno como hermano en Cristo. A este propósito, son especialmente conmovedoras estas palabras del Papa Pablo VI a los presos de Roma: "Os amo, no por sentimiento romántico o compasión humanitaria, sino que os amo verdaderamente porque descubro siempre en vosotros la imagen de Dios, la semejanza con Él, Cristo, el hombre ideal que sois todavía y que podéis serlo".

Algunos compromisos de la pastoral penitenciaria

El amor cristiano, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, debe expresarse no sólo en los comportamientos con quienes nos aman a nosotros. Esto lo hacen también quienes no son creyentes. El verdadero amor debe manifestarse en el perdón y la oración hacia aquellos que no piensan como nosotros, nos calumnian y persiguen. Esto debe impulsarnos a amar a cada uno de nuestros semejantes, también a los delincuentes ante la ley y la sociedad. Ellos son hijos de Dios y criaturas sagradas dignas de todo respeto.

En fidelidad a la exigencia evangélica de mostrar el amor de Dios a nuestros semejantes, están llevando a cabo una abnegada y generosa labor pastoral los capellanes de prisiones y los religiosos y otros cristianos laicos que colaboran con ellos. Todos trabajan pastoralmente en los centros penitenciarios con la profunda convicción de que toda persona necesita el encuentro con Jesucristo, testigo del amor de Dios y salvador que puede liberar de todos los pecados, debilidades y miserias. Jesucristo ofrece a quien cree en Él la verdadera libertad espiritual y moral que alcanzó con la muerte en la cruz para el perdón de los pecados. Esta libertad no puede ser anulada ni limitada por ninguna pena de privación de la libertad de movimiento.

La pastoral penitenciaria lleva al ámbito peculiar de los Centros penitenciarios la misión de la Iglesia en su triple dimensión de anuncio del Evangelio de Jesucristo, de celebración de los sacramentos de la fe y de testimonio de la caridad. De esta forma específica contribuye la pastoral penitenciaria a la humanización de la convivencia entre los reclusos y de éstos con los funcionarios. Además, dada la diversidad de creencias religiosas de los internos y el necesario respeto a la libertad religiosa, el testimonio eficaz de la caridad cristiana es el fundamento y motivación de la atención humana que ha de prestarse a todos los reclusos que la soliciten. Por el amor han de reconocer todos que somos discípulos de Jesucristo.

Todos los miembros de la comunidad cristiana debemos reconocer la labor evangelizadora y humanitaria que realizan los equipos de pastoral penitenciaria y hemos de valorar más su importancia. La falta del necesario apoyo y colaboración de los restantes miembros de las comunidades parroquiales y de la Iglesia diocesana, podría producir en quienes llevan a cabo inmediatamente la pastoral penitencia una cierta sensación de soledad y desánimo. La oración al Señor por los reclusos y sus familias ha de seguir estando siempre presente en nuestras celebraciones litúrgicas.

Además, en el futuro será muy provechoso establecer relación y encuentros en las parroquias o arciprestazgos con aquellas personas que trabajan ya en la pastoral penitenciaria y que conocen bien la situación de las cárceles y los problemas de quienes viven en ellas privados de libertad. Una mayor sensibilización de la comunidad cristiana podría hacer surgir grupos de creyentes dispuestos a conocer, acompañar y escuchar a quienes están en los centros penitenciarios, actuando siempre en coordinación con los responsables de la pastoral penitenciaria en la diócesis. Reconocemos, sin embargo, la dificultad que representa la distancia física del Centro Penitenciario de Topas, en el que tenemos miembros de nuestras tres comunidades diocesanas.

La fe en Jesucristo nos obliga a procurar que los problemas de los hermanos reclusos y las dificultades que experimentan sus familiares no les afecten solamente a ellos. En la respuesta evangelizadora a estas necesidades debemos implicarnos todos con más generosidad. Para ello es precisa una mayor integración de la pastoral penitenciaria en los programas pastorales diocesanos y parroquiales y una mejor coordinación de estas delegaciones diocesanas con los grupos eclesiales más sensibilizados con la pastoral social y caritativa.

Es propio de la pastoral penitenciaria ocuparse también del sufrimiento y desamparo humano y social de quienes han sido víctimas de la actuación delictiva de los condenados a prisión, así como del dolor, pobreza y marginación social que en ocasiones pueden padecer los familiares de los presos. En muchos casos, tanto las víctimas como la familia del recluso tienen que vivir su dolor en la mayor soledad. La ayuda a la reinserción social de los encarcelados que recuperan la libertad lleva consigo la vuelta de su familia a la normalidad social.

Porque los pobres son los preferidos del Señor, la comunidad cristiana está llamada a testimoniar eficazmente el amor de Dios a los condenados a prisión, que están generalmente por este hecho en situación de pobreza y marginación social. Quienes, por su actuación contraria al amor, sufren la falta de amor y el rechazo de la sociedad, no han de sentirse privados del amor y solicitud maternal de la Iglesia.

Que Nuestra Señora de la Merced mantenga firme la esperanza de quienes viven privados de libertad, conforte a sus víctimas en la fe, el amor y el perdón, y a todos nos conceda mirar siempre a nuestros prójimos con los ojos de amor y misericordia de su Hijo Jesucristo.

En Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora, el día veintiocho de febrero de 2010, segundo domingo de Cuaresma.

+ Atilano Rodríguez Martínez, Obispo de Ciudad Rodrigo 

+ Carlos López Hernández, Obispo de Salamanca 

+ Gregorio Martínez Sacristán, Obispo de Zamora

Carta de Juan Pablo II a los presos (1987)

Carta de Juan Pablo II a los presos (1987)

Amadísimos hermanos y hermanas:
1. ¡Me hubiera gustando ir a veros personalmente durante este viaje a la querida nación argentina! Aunque ello no ha sido posible, podéis estar seguros de que el Papa, en su corazón de Pastor de toda la Iglesia, está siempre cercano a vosotros, de modo particular durante estos días.

El mensaje de Cristo –de paz, alegría, esperanza y verdadera libertad interior– del que estoy hablando a todos los argentinos y argentinas, se aplica también a vosotros, ya que ese mensaje es válido para todas las circunstancias de la vida humana.
Me he emocionado al leer las cartas que me habéis enviado. Os agradezco profundamente el afecto que demostráis hacia el Sucesor de Pedro, así como vuestras oraciones al Señor y a su Madre Santa María, por mi persona y por toda la Iglesia. ¡Que Dios en su bondad infinita os lo pague! Contad con mi oración especialísima por vosotros, hoy en la Santa Misa.

Dignidad del hombre y realidad del pecado
2. La adversidad, más que el disfrute superficial de los bienes, ayuda a veces al hombre a entrar en sí mismo, interrogándose por el sentido de su vida, por su propio camino en la existencia, por su responsabilidad en ella, por su destino. No hay que eludir estos interrogantes. Al contrario, hay que tratar de hacer luz hasta encontrar respuestas no sólo a problemas circunstanciales, sino al sentido mismo de la vida del hombre. Ha sido este adentrarse en sí mismo, el secreto de muchas resurrecciones en la historia de los hombres.

En efecto, aun en medio del dolor o del fracaso, Dios mismo nos está revelando lo que somos y lo que estamos llamados a ser. En el mismo anhelo de superar la desgracia, de ser más fuertes que el mismo dolor, se expresa de alguna manera la trascendencia del hombre que se sabe creado para la vida plena, para la felicidad sin límites. Siempre somos más de lo que hacemos, de lo que pensamos y deseamos. ¡Somos hijos de Dios!
Pero, junto con nuestra dignidad de criaturas salidas de las manos de Dios y redimidas por Cristo, se sigue abriendo paso dentro de nosotros la tentación del pecado. Toda caída, todo error nos descubre el misterio de fragilidad que se esconde en cada ser humano. Somos débiles, frágiles, pecadores. Es ésta una triste condición de nuestra pequeñez de criaturas que es preciso reconocer y tener siempre en cuenta.
Esta fragilidad propia de la condición humana está reclamando a Dios como fundamento firme de su vida. El reconocimiento de la propia debilidad nos inclina a apoyarnos en Dios, que es la fuerza que nos libra del pecado. Y nos levanta, si hemos caído.

Fomentar la esperanza en Cristo
3. A pesar de los motivos de dolor y desaliento que seguramente descubrís en el pasado o en el presente, podéis y debéis mirar al futuro con esperanza: no sólo con la esperanza humana de que un día podréis de nuevo vivir en libertad, sino sobre todo con la esperanza sobrenatural, la que da Cristo, con la cual podéis vivir ya ahora, en el presente, sin temor de quedar defraudados.

Nuestra esperanza se basa por tanto en Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, que ha dado su vida por nosotros –¡por todos nosotros!–, muriendo en la cruz y pagando así el precio de nuestro rescate: “habéis sido rescatados... no con algo corruptible como el oro o la plata, sino con la preciosa Sangre de Cristo” (1P 1, 18-19).
Esta es la esperanza que os anuncio, ésta es la libertad que debéis desear por encima de cualquier otra: “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21).
Ya sé que no es nada fácil entender en toda su hondura este mensaje, cuando se está en una situación como la vuestra. Recordad, sin embargo, que “no existe hombre que no tenga necesidad de ser liberado por Cristo, porque no existe hombre que no sea, de modo más o menos grave, prisionero de sí mismo y de sus pasiones” (Homilía durante la misa celebrada en la cárcel romana de Rebibbia, 27 de diciembre de 1983).
Con su muerte, Cristo nos libera de la mayor esclavitud, de la peor de las cárceles: el poder del pecado (cf. Jn 8, 34). Esta gozosa liberación espiritual, que se obró en nuestra alma por primera vez con el bautismo, se renueva, cada vez que nos acercamos con confianza al santo sacramento de la penitencia, fuente de paz y de libertad en Cristo. Por vuestra parte, seguramente habéis experimentado –o lo podéis experimentar– cómo “la verdadera liberación se obtiene en la purificación del corazón, o sea, en aquel cambio radical de espíritu, de mente y de vida, que sólo la gracia de Cristo puede obrar” (Homilía durante la misa celebrada en la cárcel romana de Rebibbia, 27 de diciembre de 1983). Y así, vuestras aflicciones presentes, ofrecidas al Señor con espíritu de reparación por vuestros pecados y por los de toda la humanidad, se convertirán en penitencia gozosa y llena de frutos.

Jesús espera en el sagrario.
4. Cristo quiere estar también entre vosotros. Lo afirma El mismo, de manera explícita, en la descripción del juicio final, cuando dice a los bienaventurados: “Estaba preso y vinisteis a verme” (Mt 25, 39). Y, ante la pregunta de ellos: “¿Cuándo te vimos en la cárcel y fuimos a verte?” (Mt 25, 39), la respuesta del Señor es elocuente: “En verdad os digo: cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Ibíd., 25, 40).
Queridos hermanos y hermanas: ¡Mi deseo es que acudáis a Cristo! Y en Cristo encontraréis la esperanza, el consuelo, la paz y la alegría.
Tenéis a Jesús en la capilla. Allí os espera, oculto bajo las apariencias de pan, pero realmente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Por amor a nosotros dio su vida en la cruz para así lavarnos de nuestros pecados; y por amor se ha quedado encerrado en el Tabernáculo para ser fuente de gracia y de salvación para cuantos quieran acudir a El.
5. Pido al Señor que os llene de su gracia, os haga sentir su presencia de Padre, Hermano y Amigo, y os impulse a dar en todo momento un ejemplo vivo de fe y de amor cristiano. Encomiendo también a vuestras familias, rogando que los lazos con ellas se fortifiquen cada día más.
Que la Santísima Virgen de Luján, Madre de Dios y Madre nuestra, os proteja siempre, y os acerque a su divino Hijo, en quien encontraréis todos los bienes que colman los deseos del corazón humano.
Os bendigo de todo corazón y con mucho afecto, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

¿Qué es la pastoral penitenciaria?

¿Qué es la pastoral penitenciaria?

La pastoral penitenciaria es la acción evangelizadora de la iglesia que se dirige a toda persona que se encuentra privada de su libertad en cualquiera de las etapas del proceso, desde la detención hasta su reintegración a la sociedad, culpables o inocentes.

La Iglesia ha recibido la buena nueva, la feliz noticia de que ese reino al que todos los humanos aspiran ya se ha hecho presente y se encuentra “al alcance de la mano”, desde que Cristo nos redimió con su sacrificio pascual.

Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma como unidad de creyentes, como unidad de esperanza vivida y como unidad de amor fraterno; tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y con frecuencia tentado por los ídolos; necesita saber proclamar “ la grandeza de Dios”. La Pastoral Penitenciaria como parte de la Iglesia o como la Iglesia misma, se fundamenta en el llamado de nuestro Señor. El espíritu del Señor que está sobre mi, él me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de la gracia del Señor . Lucas 4, 18-19. Ya que es muy clara su palabra en el Evangelio de San Mateo 25,36-45 “Estaba en la cárcel y viniste a verme” ¿cuándo te vimos en la cárcel y no te asistimos? Cuando dejaste de hacerlo con uno de estos más pequeños también conmigo dejaste de hacerlo.

Tenemos el deber de evangelizar y ser evangelizados desde la cárcel, “Ser sal y luz como levadura” capaz de fermentar y dejar que el mundo de las prisiones vaya adquiriendo el sabor de Dios de una vida digna, justa y solidaria.

Yo, Yahvé te he llamado para cumplir mi justicia, te he formado y te he tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para todas las naciones, para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen en la oscuridad.

Is . 42, 6-7.

En todos los tiempos la Iglesia Católica se ha preocupado en prestar atención pastoral a los hermanos que privados de su libertad, están expiando en las cárceles alguna supuesta culpa.

Los Pastores no han dejado de nombrar Capellanes para la atención espiritual; ni ha faltado la exhortación a los grupos apostólicos, principalmente parroquiales, para que practiquen esta “obra de misericordia”. Con todo es evidente que faltaba una pastoral mas organizada y sistematizada, principalmente a nivel nacional; faltaba una mayor conciencia de una acción pastoral evangelizadora, humana y una determinación apostólica de servir preferencialmente a los pobres dentro de los mas pobres.

Encuentro en Villa Pilar

El pasado 28 de septiembre, como ya es habitual nos reunimos todos los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria de Sangonera – Murcia- en el extraordinario entorno de Villa Pilar, donde cada mes, celebramos un retiro para fortalecer nuestra fe, y nuestra entrega a través de la oración, la Eucaristía, la comida compartida, la evaluación de nuestro programa en el centro penitenciario.

            Comenzamos el retiro con una bella oración, su contexto giraba en torno al tema del retiro “JUSTICIA RESTAURATIVA” después de la oración, tuvimos trabajo en grupo, dado que el contenido era un tema significativo, las aportaciones expuestas fueron diversas y con un contenido muy valioso. A continuación celebramos la Eucaristía, centro de nuestro ser y de nuestro hacer

            Esta celebración, estaba enriquecida por nuestro envío en misión como todos los años al comenzar el curso, y cada año presidido por un símbolo, que nos debe acompañar cada día, éste año, se nos entregó un rosario, con una motivación entrañable, no son palabras textuales, pero el significado era “el rosario está engarzado con cadenas, estás no pesan, sino que liberan, y vosotros voluntarios, tenéis que rezar y poner rostros en cada uno de los misterios, para que nuestros hermanos de Sangonera, se sientan liberados, desencadenados de la opresión que sufren”.

Aprovechamos  para dar las gracias a D. Antonio, párroco de la Purísima del Palmar, y a D.Giraldo Sacerdote de Fortuna. Gracias por vuestra colaboración, compañía, palabras, ánimo para continuar la tarea. Seguidamente compartimos la comida en un ambiente festivo y familiar

  Al finar concluimos, programando el nuevo curso, los nuevos talleres, horarios, las nuevas inquietudes e ilusiones de intentar estar cada día más próximos a ELLOS   NUESTROS   HERMANOS.

Aquí tenéis algunas de las imágenes del encuentro

“En la cárcel, y acudisteis a mí”

“En la cárcel, y acudisteis a mí”

Cansado, aturdido y desventurado,

Una semana más, las luces regalan el

Odioso obsequio de un descanso hasta el alba.

En ese silencio oscuro, cuando, como pájaro

Desprovisto de las alas de la libertad,

Me acurruco entre los brazos de una madre que

No está,

Las pizcas de rocío que nacen, fruto de

Esa ingesta  fruta amarga que es la culpa,

Resbalan con el sabor a aguardiente por mi cara.

Errores, fallos,

                  Dolores….

Una semana más que acaba,

Una semana menos en esta fría almohada

Del mundo.

Una semana más rociándome en la ducha con

El dolor, limpiando la sangre de mis manos

Hirviendo mis heridas. Encarcelado.

Preso más de mi error que de mi pena,

Pues carecer de libertad no es mi condena,

Si no esos ojos desgarrados que, agitados por

La sorpresa y quizás el dolor, miraban los míos,

                                      Que aún odiaban.

Llegó el largo silencio del tic-tac perpetuo de un reloj

Acusador que agotaba mis estímulos de vida en el presente

Y me obligaba a soñar con el futuro añorado donde,

Desprovisto de condena, comenzará la verdadera.

Ahora, tres años ha de aquello,

Las heridas se han exiliado,

Más la pena aún no ha abandonado.

Fueron tiempos duros,

Dolor inmaculado,

Penas en el costado.

Tragar a golpes mis errores.

Pero ahora no es lo mismo, la privación

De libertad,

Me ayudó a comprender, que fue una acción

Innecesaria.

Que en esta vida la única verdad es la de amar,

Que servir debe ser mi bandera.

Que en el norte de mis sueños esté el compartir

Que Jesús sea mi cayado.

“Hasta siempre hermana culpa,

Ya nunca nos veremos, Error,

Nunca más os llevaré en la grupa,

En mi corazón ya sólo existirá

El amor.”

 

“A todo aquel que se sienta preso.”

Dn.

Presentación de ONGs

Presentación de ONGs

Este verano, del 28 de junio al 2 de julio, tuvo lugar en el  Centro Penitenciario de Sangonera – Murcia, una semana dedicada a la presentación de las distintas ONGs, que colaboramos en dicho Centro. Esta presentación, tenía como finalidad, informar tanto a internos como a funcionarios, la variedad de actividades llevadas a cabo por cada una de las ONGs. Como podréis comprobar en la foto del cartel que presidió la semana, somos un total de 8. Comentaros que en nuestra presentación como voluntarios de la Capellanía Católica, expusimos en primer lugar nuestra razón de ser como enviados desde la Iglesia, y es que el “Amor de Cristo”  nos lleva a identificarnos con ellos. Basamos nuestra entrega gratuita en el Amor del Padre rico en Misericordia, que siempre perdona, acoge, sana, levanta y libera.

 Se hizo una exposición del programa, con los objetivos; desarrollo de los distintos talleres por módulo; indicadores de evaluación; preparación y celebraciones eucarísticas; fiesta de la Merced; navidad con concursos de villancicos. Programas de formación continua para los voluntarios; retiros mensuales; envío en misión de cada curso; preparación de nuevos talleres; evaluación del año… fue una preciosa presentación, que terminó con la recogida de una pequeña parte del Mensaje que proclamó, Nuestro siempre y recordado Papa  Juan Pablo II, sobre el jubileo de las cárceles el 9 de julio del año 2000.

Gracias a las compañeras que trabajaron con entusiasmo incansable, por hacer posible esta exposición.

 

María